martes, 25 de agosto de 2009

Levedad desmembrada

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Iba saliendo del metro caminando por las lóbregas calles de Santiago cuando de pronto observo la descarada mirada de un sujeto hacía una mujer que iba delante mío en la misma dirección. Esa poca sobriedad de nosotros los hombres. Su cara se detuvo exclusivamente para mirar a la mujer. Yo que estaba a su espalda no le hallaba mayor gracia la verdad. Pero lo raro fue, que posteriormente ocurrió lo mismo con seis hombres, e incluso con unas cuantas mujeres.

Ya me daba ciertas expectativas su delantera, quizás un escote inmoral, o una prenda traslucida o un rostro tan hermoso y seductor que hechizaba a cualquiera. Me barajaba con esas opciones cuando advertí que caminaba por las mismas calles que yo. ¿Sera una nueva vecina? Qué suerte en ese caso, quizás cuando salga a trotar o a saque a mi “beagle” a pasear la logre conocer por la plaza.

Ya me daba cierto recelo el divulgado acoso. Es más, cuando unos escolares babosos le gritaron cosas inentendibles y difusas, casi por instinto, marcando territorio que se yo, les grité que se callarán. A lo que ellos sorprendidos, no se atrevieron a decir algo más. Ya era su defensor, algo merecía o no. Pero ella ni se inmutaba, seguía con sus jeans ajustados caminando como una diva indiferente a sus seguidores.

Ya no resistía más esa inexistencia, debía hacerme presente, hacerla mi presente. Así que aceleré el paso cuando ya estábamos en las calles próximas a mi hogar y le toqué su hombro. Disculpa, sabes que… que…

Al darse vuelta se rebeló todo el secreto, quedando indiscutiblemente mudo. Delantera, poco o nada. Un vestido erótico y transparente, ya lo quisieras. Tan solo su rostro, tal cual, tan solo un rostro desnudo y olvidado. Y para olvidar primero debemos conocer…

Se le venía rompiendo la máscara en el camino, todos sabemos lo rarísimo que es hoy en día ver a alguien sin su respectiva mascara por la calle. Estaba llorando, amargamente, dejando caer tanto lagrimas como trozos del derruido yeso. Al verme, sólo conseguí que aumentara su llanto. Me observó resentida y humillada unos segundos, para luego abofetearme y salir huyendo precipitadamente hacía mi casa. Sacó unas llaves idénticas a las mías y desapareció por el zaguán marcando un surco de viscoso yeso por la calle.

Confuso ante la escena, caminé sin rumbo, sin hogar, sin nada que valiera la pena ahora. Pero debí detener el paso de inmediato. Los pocos peatones del lugar me observaban ocultos tras sus elegantes y aparentes rostros sintéticos, mientras yo veía como mi superficialidad se iba desmembrando, en como el yeso pulverizado se escindía de mi piel.

1 Confutación(es):

Las máscaras son armas de doble filo. Podemos hacer teatro (jugar con la mentira) o mostrar el alma (jugar con la verdad). Incluso puede ser viceversa. Que sé yo.

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