(Dedicado a la quimérica revolución
Y a los tantos llamados por ella)
Estaba todo preparado, Gabriel, el presidente en ese año, ya había convencido al sector más conservador y menos revoltoso del curso. Después de todo, era nuestro último año, algo debíamos hacer o no. En la hora indicada iniciaríamos la épica travesía, cuando sus zapatos tocaran el suelo de la sala, desapareceríamos para siempre. Así que al toque de timbre todos nos reunimos esperando a la profesora, la nueva, era solamente posible con ella. Era de esas buenas profesoras que se vienen a estos colegios para intentar cambiar la sociedad, una completa ingenua. Ella no diría nada, se taparía los ojos y se sentaría lamentando lo sucedido. Y así fue, al minuto en que el sonido de sus pasos y el rechinar de la vetusta puerta se hicieron presentes, todos nos levantamos de nuestros bancos supuestamente para saludar, pero esta vez era todo lo contrario. Buenos días alumnos. No hubo respuesta. Dije buenos días alumnos. Con eso el Camilo miró al Gabriel de manera vacilante. Si ellos se quedaban estaba claro que otros más desistirían. Haber ¿Pasa algo que andan tan callados? Ah ya sé, es sobre la prueba de hoy. Silencio. De no ser por la carcajada del guatón Martínez probablemente nadie hubiera reaccionado pero ante tal cómica risa de ese gordo casi ahogándose todos comenzamos a reírnos y a mirarnos los unos a los otros. Era hora.
¡Ahora! y salimos estrepitosamente de la sala, todos burlándonos y dejando atrás a la joven que con una mirada perdida veía como hasta los más estudiosos salían. Corrimos despavoridos por los pasillos buscando hacer desmanes, tratando de liberar todo ese repudio al establecimiento de mala muerte. -¡Recordaremos por siempre lo hijos de puta que eran!- o otras como -Sin duda que aprendí algo, que por estudiar en este colegio de mierda no tendré ningún futuro- eran los grafitis que escribíamos en las paredes, mientras otros se encargaban de romper los vidrios, de tapar el inodoro y con las mangueras del patio mojar a todos los que se encontraban cerca mirando atónitos. Sí, fuimos un tanto excedidos pero en esa euforia del momento todo se sentía reconfortante y delicioso.
Y bueno después, cuando el inspector nos intento detener vociferando castigos de tres semanas para todos, ahí ya se volvió un tanto color de hormiga la cosa, no te diré que el grupo de los fornidos del curso como el mismo guatón Martínez y el Fabián García lo agarraron a la fuerza y lo dejaron en el patio para que todo el colegio viera como lo empapábamos, si ya toda el fárrago y peculiar suceso inevitablemente hizo detener las clases y que todos los estudiantes vieran nuestras atrocidades. Incluso los profesores miraban de lejos, un tanto comprendiéndonos, sabían muy bien que eran de la peor bazofia como docente y que en esa coyuntura, era difícil no tener esa rabia.
Debo reconocer que goce cuando el Pablo gritó -¡A los profes!- e inmediatamente, como unas bestias hambrientas, partimos a buscar cualquier pedagogo que apareciera. Y estos, como una manada de gacelas y antílopes, salieron amilanados esparciendose por todos los rincones. Los más viejos asumieron su padecimiento como justo e inexpugnable, dejándose tomar para ser apilados en el paredón de los "regados lamentos". En cambio, los más jóvenes, que aún no querían asumir dicha realidad, la gran mayoría huyó cobardemente, siendo esto simplemente una fiel muestra de lo que eran. Nosotros hicimos justicia, ya no era una simple jugarreta. Cada uno de ellos, obviamente contando a los directivos, debían pagar. Fue, sin lugar a dudas, la inmolación necesaria a esos Dioses que nos habían relegado del sistema.
Hasta que sonó el disparo y todo se vino abajo.
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