No debo, no puedo, no quiere. No debo, no puedo, no quiere. No debo, no puedo, no quiere. Eros sigues siendo esa cosa rara de mis desvelos. Como la alegre utopía con el pesimista, como la falsa liebre con el vertiginoso galgo, como el absoluto ser con la dulce filosofía, como simplemente ella conmigo. Explícame, qué hice mal. No debo, no puedo, no quiere. Sabe bien porque digo todo esto. No existe verdad, que no tenga algo de falsedad, decía alguien por algún lugar. Amor y todo lo demás. No debo, no puedo, no quiere. Repite y repite mi súper yo sentado en su pedestal de oro. Curioso es lo prohibido, deseable es lo negado, excitante es lo incorrecto. Me niego a pensar que es por el egoísmo, no debo, no puedo, no quiere; aún teniendo muchos argumentos. “Quién tiene la autoridad para decirme lo que debo hacer”, “Quién tiene la inmortalidad para decirme lo que no puedo hacer” y “Quién tiene su amor para decirme que no soy yo”. Ególatra como siempre me golpea en la mejilla mi orgullo. Respondí a la última interrogante nada más que con un: Él. No debo, no puedo, no quiere. No debo, no puedo, no quiere. No debo, no puedo, no me quiere. No debo, no puedo, no quiere. No debo, no puedo, no quiere. Entonces hice lo que debía hacer, todo lo que en mí dependía para verla sonreír y empecé a flotar como una pluma manejada por la brisa de la mañana, paseándome por el mismo rincón de siempre, ya que después de todo “No debo, no puedo, no quiere”. No es egoísmo la razón sino precisamente el diablillo del amor.Todos tenemos infinitas oportunidades, hasta incluso yo.
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