sábado, 27 de marzo de 2010

Amoríos con la Soledad

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Esta noche iba a ser como todas las anteriores. La dibujaba con mis ojos, yo creaba cada linea, figuraba cada detalle como si yo mismo le hubiese dado la vida. Pero desde fuera, desde el rincón más profundo y lejano de observación. Eso era el poder, que ella nunca supiese, que ella nunca me viera. Así era siempre, así era nuestra relación y no había nada que exigir. ¿Con qué sentido? ¿Que iba a ganar? Al contrario, sería una incitación al precipicio, a la nada misma; y entre el vacío y la utopía era preferible esta última. Después de todo, así era siempre. Esa era ella para mí y no podía ser ella y a la vez otra diferente. 
Pero aparecía la Soledad, la puta del barrio, la que busca a cualquiera con tal de pasarla bien, aquella que te recuerda lo miserable que es creer en la utopía, lo poco consistente y efímero que es asumir que existe algo donde no lo hay. Y caes en el vacío. Y no paras de caer, cuando pensabas que llegabas al final, no paras de caer aún. Pero te comienzas a acostumbrar a ella, después de todo, es lo que hay. Algo tenemos que hacer con nuestras vidas dicen, o al menos evitar caer en el horripilante aburrimiento, en el desperdicio de segundos valiosos, hay que ser eficientes con nuestro andar y allí es cuando asumes tu existencia como un bien, que es limitado y escaso, que debes cuidar "tu vida" con tu propia vida, por lo tanto, lo razonable es... Y comienzas a proyectarte, comienzas a maquinar como gastar ese bien, hacemos gráficos inconscientes, cálculos superficiales y un sin fin de ecuaciones para hacer rendir ese bien llamado vida. Pero la Soledad seguía ahí, aún no se iba de mi morada, no era yo, sino la Soledad y yo en la cama quienes se proyectaban, sintiéndonos desesperados, mohínos y neuróticos pero resignados al menos. La pasábamos bien, utilizábamos bien el tiempo, lo suficientemente bien como para no asfixiarnos, nos empezamos a decir "te amos", a hablar de matrimonio, del trabajo y del ocio. Sin embargo, seguía cayendo y era evidente que era por la mera soledad. Así fui donde ella, a reclamar mis sueños y anhelos, mi sentido más profundo, algún motor diferente al simple devenir, a buscar mi mentira. Al verme me pidió que saliéramos al parque, me tomó de la mano y caminando por la calle "Pensar" comenzó a reírse coquetamente. Estaba confundido. Ven, no seas tímido, en ese árbol que da sombra. No era la de siempre; pero me gustaba, al fin creía tener la certeza de que era real, de que algo tenía sentido. Yo sé que siempre me has querido, quiero que me beses ahora, enséñame todo ese amor que has guardado hace tanto. Me estremecí; la felicidad parecía como una dulce parálisis total, donde ya todo acababa por fin. Cerré los ojos y me rendí al deleite de ese algo tan inmenso e indeterminable que acabo de sorpresa al cabo de unos minutos cuando me dijo al oído: Sigue así, goza este momento, es divertido verle la cara de sufrimiento a la Soledad. ¿Qué? ¿Acaso no has notado que nos ha estado observando tras los arboles?. Hubo un gemido y salió corriendo tras las bancas esparciendo lágrimas de ese dolor más profundo. Ella se puso a reír fuertemente, de la Soledad, de mí, de todos los ilusos que habían caído para volver a caer. La mire a los ojos notando que seguía siendo ella, esa lejana víbora que muerde su cola, la de siempre. No supe que decir, sólo reaccione a huir de ella o a  perseguir a la Soledad, para el caso daba lo mismo. La alcance luego de unos metros con el maquillaje corrido, sentada en la vereda tapándose la cara con las manos. Nuevamente no sabía que decir, casi por inercia intente abrazarla. Al principio me golpeó y se rehusaba hasta que finalmente termino llorando entre mis brazos. Llorando solo, con la Soledad.

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