No resultaba, la poiesis no fluia en ese río infinto. Aquel río insonable por el cual todos navegabamos tratando de detenernos, buscando hayarle un fin al cauce pero frente a lo torrentoso, siempre nos ha sido y nos sera imposible. Tan imposible como pintarla a ella, desnuda en mi cama ansiosa, tal como una bestia enjaulada, esperando el momento preciso. Era evidente en lo que iba a terminar, la situación pero no el cuadro. Trataba darle linea, hacer unas mejillas suaves y claras, de que sus senos no fueran ni demasiado hiperbólicos ni una ofensa a los reales, conseguir retratar sus ojos celeste claro como el cielo como cuando esta alegre pero darle ese matiz triste en sus labios, ese que me trasmitía a pesar de estar riendose, ese algo interior que me cautivaba que quizas nunca fue pero si esta en mi. Pero no podía, su piel me era prohibida, la metafora no surgia ante tanta belleza en si misma. No hacia falta, para qué, mejor dejar fluir la mano. Dejar de lado el pincel y las acuarelas para acercarse al momento. acariciar esa piel escurridisa, ese rostro ajeno a las camaras y a los colores, aquella figura irrepresentable. Bese su cuello y la abracé. Al instante se puso a llorar. Se formaron rios por ese infinito cuerpo que iba rompiendo con todo a su paso, su maquillaje corrido y las huellas de lagrimas pasadas la afearon maravillosamente. Me debo ir pero no quiero, me dijo despacio en el oído. Nos separamos, le sujete la mano firmemente y la tire contra el sofá de cuero en donde en hartas ocasiones habíamos tenido sexo. No te vayas, aún no, aún no cae el mundo; sólo hasta medianoche, sólo hasta que el monstruo se vaya de la puerta. Y comenzó a llorar aún más fuerte. Llorariamos juntos toda la noche. Lloraríamos por sólo el hecho de llorar.
Al amanecer, ya se había ido. Aún las sabanas se encontraban empapadas por las lágrimas pasadas, aún su olor yacía en el cuero. Volví a mi estudio y me dispuse a intentarlo otra vez, esta vez sin las acuarelas ni con el imperativo de pintarla a ella, sino al recuerdo de ella. Sin embargo, luego de despegarme de la tela, luego de volver de mi inconsciente, vi el triste resultado de un hombre gris en medio del vacío. Después de todo, siempre los oleos hemos sido más densos.
lunes, 12 de abril de 2010
Texturas
0Posted on 18:47 by Matías Valderrama Barragán
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