viernes, 30 de abril de 2010

Expectativas

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Él sentía que venía algo crucial en su vida; Ella, en cambio, que perdió la gran oportunidad de algo. Ninguno de los dos sabían muy bien que era ese algo, pero ambos estaban seguros que la nada misma no podía ser. No se conocían, al menos físicamente, porque probablemente estaban unidos desde los inicios del tiempo, desde la "experiencia original", desde las propias reminiscencias de Platón, desde que sus almas se unieron a esa impureza llamada cuerpo. Sin embargo, no se conocían. Él esperaba ansioso, Ella se lamentaba. Él iba a la Plaza de la Esperanza, Ella sólo rehacía su vida. Él se quedaba todas las tardes en la plaza de la Esperanza y Ella pasó por ahí un día. Él iba alerta, al acecho de ese anhelo, Ella, contrariamente, iba distraída sin un sentido. Chocaron. Él le pidió perdón cortésmente, Ella movió la cabeza diciendo "No importa señor". Él siguió su camino buscando algo, Ella avanzó, casi por inercia, sin camino alguno. Después de todo, él iba preocupado de hallar ese "algo" y ella preocupada de vivir el luto de habérselo perdido, sin saber cuando.

jueves, 15 de abril de 2010

Impugnando al reflejo

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Se encontraba abrumado. Cada vez que desviaba la vista, cada vez que se volvía sordo y cada vez que desconocía al mundo, una persona había dejado de hacer presencia. Era la técnica misma encarnada en él, una especie de mesías de la instrumentalización hipebólica. Las personas habían dejado de ser, para sólo existir, y existir en base a él. Ese era el solipsista nato. Ese dominado por la neurosis actual, aquella que todo lo hace des-aparecer para ser sólo existencias de un stock aparentemente limitado. Pero que importaba si la familia, sus amigos, el tipo del metro, el vagabundo asqueroso y el perro con tiña eran reemplazables, eran meras solicitudes. Siempre había creído que se reían de él. Que si lograba pensar antes que ellos, podría sorprender a su madre con el camarógrafo y al perro hablando con el zorzal que se posaba en sus mañanas por la ventana al abismo. Pero nunca lo lograba, siempre estaban ahí, actuando para él. Haciéndole parecer que tenían vida, una falsa porque aparecían a su solicitar, a su propio aparecer. Llegó a pensar de que había algo en su razón, una especie de infiltrado natural, el cual le entregaba sus pensamientos a ellos, les decía cada idea que surgiese para sorprenderlos, para que ellos ya la supieran de antemano. Así que incluso hizo desaparecer a su propia razón. No hablaba consigo mismo, así que dejó de ser también su propia razón, cuestionarse había sido borrado de lo que quedaba de su memoria. Ocultó con el velo del olvido todo lo que se le mostraba iluminado. Pero entonces valía la pena vivir,  ¡No te puedes preguntar nada! te pueden oír idiota, sí lo sé. Pero dime algo distinto.
Silencio.

Debido a que hizo des-aparecer todo, me vi obligado entonces yo a narrarles la historia; yo, su consciencia olvidada. Heidegger decía que el peligro supremo de la técnica era por partida doble, por un lado podíamos caer en distinguir todo como una posible existencia llegando a considerarse a si mismo como tal, él había entrado en su propio solipsismo como uno más de la obra de teatro. Y en segundo lugar, se corría el grave peligro de que lo que ha desvelado se ocultase por un velo aún más denso y dificultoso de notar. Este hombre ya no distinguía nada, por su propio destino de desenterrar el misterio de la verdad termino convirtiendo todo en un verdadero velo. No era ni feliz ni muy moral. No era ni pasional ni racional. No era nada sino que era todo, pero sin poder darse cuenta de ello irónicamente. Y así fue vagando por el mundo, fue sospechando lejos del mundo. Hasta que llegó a su idénticamente heterogéneo. Se encontró así mismo reflejado en un espejo. Notó que se movía y que a pesar de que intentase sorprenderlo esa persona extraña hacía la acción idéntica. Quién eres. ¿Puedes hablar?  Sí, por qué no habría de poder. Creía que eras una existencia y no un ser autónomo. Haber perdona eso eres tú, aquí yo soy el único que es por y en sí mismo yo. Jah demuéstralo. Y frente a que no tenía como se sentó frente a él, por primera vez conocía a alguien que hacía lo mismo que él, por primera vez conocía su propio solipsismo hecho carne enfrentándolo de la misma manera que el lo había hecho con el mundo. ¿Y tienes familia? Claro que sí ¿Amigos? Cientos de ellos si quiero ¿una esposa, hijos, un jefe una suegra, un caballo, un perro? Tengo todo eso y más, después de todo, ellos viven en función de mí solamente, así como tú. ¿Perdón? Yo sé que tu eres sólo un actor más y que detrás de esos arboles hay cámaras y que me observan continuamente y que en mi mente tengo un bicho raro donde me leen todos mis pensamientos y... No puedes decir nada entonces, sin embargo me estas hablando. Yo digo lo que se me de la gana pues yo soy el que es y tu no. Pero si me estas hablando entonces reconoces que existo yo también. Bueno eso no tiene nada que ver aquí. ¡Ya callate!
Silencio.


Gracias a que tanto él, como su consciencia fueron desapareciendo me vi obligado a acabar con este relato.
Luego de tal constante monologo deshumanizador, su propio reflejo desapareció misteriosamente. Nunca más volvimos a saber que fue de él. Todos los días se sienta frente al espejo a esperarlo, a esperar que ese velo por arte de magia lo deje ver nuevamente extinguiéndose en la nada misma. Debe entender antes, que de no ser por mí esta historia no tendría final.
Ahora si, Silencio.

martes, 13 de abril de 2010

Insomnio

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Se levantó, algo afiebrado, y se dispuso a ponerse sus pantuflas y su bata roja que le había regalado su madre años atrás. Prendió la luz del baño y con el impacto de luz en medio de la oscuridad quedo ciego, tanto así que la apagó de inmediato. No le acertó al inodoro pero se daría cuenta cuando fuera de día. No le gustaba la leche, prefería el café. Sin embargo, aquella noche debido a sus ansias de volver a dormir decidió tomarse un vaso de tibia leche. Observó por unos instantes desde su sillón privilegiado todas esas murallas vacías, todos esos posibles lugares en donde poner retratos, pinturas, fotos de familiares, de hijos, etc. vacías. Nunca había odiado estar solo, pero por primera vez sentía que necesitaba llenar el hueco abierto. Terminado el vaso prendió un cigarro y suspiró expulsando ese humo fantasmagórico por la casa, su casa. Se devolvió a la cocina a ver si encontraba algo en el refrigerador pero hace días que no realizaba alguna compra en el supermercado sino para el pan y todas esas cosas básicas y típicas que uno cree necesitar, cuando en realidad son las distintas, las impensadas las que uno comienza a necesitar en esta vida. Al entender esto, sorprendido por la lucidez de sus pensamientos, se dirigió a su escritorio a escribir lo que se le ocurriera empezando por algo llamado así como  "Insomnio" y al poco andar el peso del sueño volvería otra vez hasta no poder más, cayendo rendido, con lápiz en mano, en su escritorio. Se dio cuenta que todos estaban ya despiertos como él, sus caras reflejaban una desesperación y un tedio por la guerra que no había que ser astuto para notar. El sargento Parsons gritó desde el asiento del copiloto que ya se iban a bajar en la zona de combate, que nos fuéramos por el flanco izquierdo y que nos pusiéramos los jodidos casco por alguna maldita vez en nuestras vidas. Todos teníamos puestos nuestros "jodidos" cascos para morir. Dieron la señal, las ruedas se detuvieron y de inmediato nos bajamos en medio de los disparos y estallidos de las granadas, estos maricas nunca habían sido tan duros de roer decía Smith, pero él iba concentrado. Él no quería estar allí, prefería estar en su casa, con su familia, sus hijos queridos, pero debía defender a la patria, ¿debía?. Aunque en esos instantes uno no se preocupa tanto de esas cosas, esta más centrado en sobrevivir que en hallarle una respuesta a por qué tener que sobrevivir. Odiaba tener que matar; pero daba por hecho, que el otro, el "enemigo", debía también de matarlo a él. Y ya sabemos que esos debía a pesar de ser dudosos, en la práctica te dejan siempre sin otra opción (que no sea inmoral para el contexto claro). Aquí lo moralmente correcto era matar con hartos balazos para que quedaran bien muertos los guardias del fuerte enemigo, quemar a los francotiradores por la espalda luego de entrar de sorpresa y hacer estallar a todos los ocupantes del tercer piso del fuerte. Esos eran los importantes, los peces gordos, por los que realmente te mandan a matar ¿quién? pues otros peces gordos, a eso se reducía la patria al fin y al cabo. Así que después del estridente sonido de la granada entraron siete de los doce que en un principio partieron al salón principal donde yacían varios "americanos" ya muertos por doquier. Mientras registraban el lugar, un tipo de la nada apareció por la puerta de atrás y  todos los soldados sorprendidos comenzaban a caer tristemente al piso. Mientras caía, mirando al cielo, observó como bajaba una hoja en su cara. Ya sus sentidos no le respondían pero creyó ver por última vez la palabra "Insomnio" y una serie de garabatos. Nunca más volvería a soñar con ello, nunca más volvería a soñar con lo que nunca fue.

lunes, 12 de abril de 2010

Texturas

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No resultaba, la poiesis no fluia en ese río infinto. Aquel río insonable por el cual todos navegabamos tratando de detenernos, buscando hayarle un fin al cauce  pero frente a lo torrentoso, siempre nos ha sido y nos sera imposible. Tan imposible como pintarla a ella, desnuda en mi cama ansiosa, tal como una bestia enjaulada, esperando el momento preciso. Era evidente en lo que iba a terminar, la situación pero no el cuadro. Trataba darle linea, hacer unas mejillas suaves y claras, de que sus senos no fueran ni demasiado hiperbólicos ni una ofensa a los reales, conseguir retratar sus ojos celeste claro como el cielo como cuando esta alegre pero darle ese matiz triste en sus labios, ese que me trasmitía a pesar de estar riendose, ese algo interior que me cautivaba que quizas nunca fue pero si esta en mi. Pero no podía, su piel me era prohibida, la metafora no surgia ante tanta belleza en si misma. No hacia falta, para qué, mejor dejar fluir la mano. Dejar de lado el pincel y las acuarelas para  acercarse al momento. acariciar esa piel escurridisa, ese rostro ajeno a las camaras y a los colores, aquella figura irrepresentable. Bese su cuello y la abracé. Al instante se puso a llorar. Se formaron rios por ese infinito cuerpo que iba rompiendo con todo a su paso, su maquillaje corrido y las huellas de lagrimas pasadas la afearon maravillosamente. Me debo ir pero no quiero, me dijo despacio en el oído. Nos separamos, le sujete la mano firmemente y la tire contra el sofá de cuero en donde en hartas ocasiones habíamos tenido sexo. No te vayas, aún no, aún no cae el mundo; sólo hasta medianoche, sólo hasta que el monstruo se vaya de la puerta. Y comenzó a llorar aún más fuerte. Llorariamos juntos toda la noche. Lloraríamos por sólo el hecho de llorar.

Al amanecer, ya se había ido. Aún las sabanas se encontraban empapadas por las lágrimas pasadas, aún su olor yacía en el cuero. Volví a mi estudio y me dispuse a intentarlo otra vez, esta vez sin las acuarelas ni con el imperativo de pintarla a ella, sino al recuerdo de ella. Sin embargo, luego de despegarme de la tela, luego de volver de mi inconsciente, vi el triste resultado de un hombre gris en medio del vacío. Después de todo, siempre los oleos hemos sido más densos.