Se levantó, algo afiebrado, y se dispuso a ponerse sus pantuflas y su bata roja que le había regalado su madre años atrás. Prendió la luz del baño y con el impacto de luz en medio de la oscuridad quedo ciego, tanto así que la apagó de inmediato. No le acertó al inodoro pero se daría cuenta cuando fuera de día. No le gustaba la leche, prefería el café. Sin embargo, aquella noche debido a sus ansias de volver a dormir decidió tomarse un vaso de tibia leche. Observó por unos instantes desde su sillón privilegiado todas esas murallas vacías, todos esos posibles lugares en donde poner retratos, pinturas, fotos de familiares, de hijos, etc. vacías. Nunca había odiado estar solo, pero por primera vez sentía que necesitaba llenar el hueco abierto. Terminado el vaso prendió un cigarro y suspiró expulsando ese humo fantasmagórico por la casa, su casa. Se devolvió a la cocina a ver si encontraba algo en el refrigerador pero hace días que no realizaba alguna compra en el supermercado sino para el pan y todas esas cosas básicas y típicas que uno cree necesitar, cuando en realidad son las distintas, las impensadas las que uno comienza a necesitar en esta vida. Al entender esto, sorprendido por la lucidez de sus pensamientos, se dirigió a su escritorio a escribir lo que se le ocurriera empezando por algo llamado así como "Insomnio" y al poco andar el peso del sueño volvería otra vez hasta no poder más, cayendo rendido, con lápiz en mano, en su escritorio. Se dio cuenta que todos estaban ya despiertos como él, sus caras reflejaban una desesperación y un tedio por la guerra que no había que ser astuto para notar. El sargento Parsons gritó desde el asiento del copiloto que ya se iban a bajar en la zona de combate, que nos fuéramos por el flanco izquierdo y que nos pusiéramos los jodidos casco por alguna maldita vez en nuestras vidas. Todos teníamos puestos nuestros "jodidos" cascos para morir. Dieron la señal, las ruedas se detuvieron y de inmediato nos bajamos en medio de los disparos y estallidos de las granadas, estos maricas nunca habían sido tan duros de roer decía Smith, pero él iba concentrado. Él no quería estar allí, prefería estar en su casa, con su familia, sus hijos queridos, pero debía defender a la patria, ¿debía?. Aunque en esos instantes uno no se preocupa tanto de esas cosas, esta más centrado en sobrevivir que en hallarle una respuesta a por qué tener que sobrevivir. Odiaba tener que matar; pero daba por hecho, que el otro, el "enemigo", debía también de matarlo a él. Y ya sabemos que esos debía a pesar de ser dudosos, en la práctica te dejan siempre sin otra opción (que no sea inmoral para el contexto claro). Aquí lo moralmente correcto era matar con hartos balazos para que quedaran bien muertos los guardias del fuerte enemigo, quemar a los francotiradores por la espalda luego de entrar de sorpresa y hacer estallar a todos los ocupantes del tercer piso del fuerte. Esos eran los importantes, los peces gordos, por los que realmente te mandan a matar ¿quién? pues otros peces gordos, a eso se reducía la patria al fin y al cabo. Así que después del estridente sonido de la granada entraron siete de los doce que en un principio partieron al salón principal donde yacían varios "americanos" ya muertos por doquier. Mientras registraban el lugar, un tipo de la nada apareció por la puerta de atrás y todos los soldados sorprendidos comenzaban a caer tristemente al piso. Mientras caía, mirando al cielo, observó como bajaba una hoja en su cara. Ya sus sentidos no le respondían pero creyó ver por última vez la palabra "Insomnio" y una serie de garabatos. Nunca más volvería a soñar con ello, nunca más volvería a soñar con lo que nunca fue.