miércoles, 8 de abril de 2015

Mucho río sobre el puente

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Erase un primerizo estudiante de sociología, un idealista que creía que podía explicar el mundo entero, que podía hablar de todo y que toda su crítica tenía no solo peso, sino que validez interna per se. La verdad estaba garantizada para él por la onda intelectualoide y la verborrea, a tal punto que para él no eran más que el semblante del intelectual orgánico y la imposibilidad de contener esa pluma inspirada en nociones vagas pero intuidas reflexivamente. Pero no era  sino un muchacho raquítico, débil y quejumbroso. Ese novato había alejado todo de sí. Todo le permitía ser medianamente cuerdo. Primero fue su polola, que sin razón alguna congeló en el freezer de un día a otro. Luego fue a su familia o lo que quedaba de ella. Después fue el turno de sus amigos, que en su libre enfermedad no hacían más que recordarle la nostalgia de andar enfermo por la vida. Posteriormente se fue alejando de sí mismo, de su cuerpo, de sus manos, de sus oídos, de sus tecnologías. Caminaba en un espiral hacia la cama, su leal protectora. Desde la cama podía dormir dentro del sueño en que vivía. Se le incrustó una idea: que su vida era un sueño y que los sueños, sueños son, frase que repetía hasta por la boca. En la cama podía encontrar validez a su teoría, ella lo escuchaba y lo cobijaba en su soledad. Se enamoró de una mala mujer que hacía verosimil cualquier salfatismo de un eterno retorno. Yo era su salida de escape, su EXit. Pero ni yo lo pude contener. Cada día llegaba con cosas más tristes, que se daba asco a si mismo, que nunca iba a poder ser lo que queria. Que todo era falso y verdadero, que ya no había misterio alguno como para seguir preguntando, que todo era sueño, puras cosas que me daban sueño. Pura filosofía barata y zapatos de goma. En verdad comenzaba a temer lo peor, hasta me daba miedo que nos hiciera algo en algún arranque a lo gringo. Pero aún no se alejaba de todo. Debía divorciarse de su cama, de sus días acostado con las luces apagadas. Y se fue. No porque sea rico irse, sino para escuchar el "¿te fuiste?" de rigor. Quería ver si su existencia era tan leve como para no dejar ni siquiera un vacío en los demás. Pero lo recordaron. ¡Lo recordábamos! solo que el no nos veía en una suerte de ironía entre actor y personaje. Tenía que irse completamente para darse cuenta que nunca se había ido, que seguía anclado a ellos. Al volver con el rabo entre las piernas y ver que nada había cambiado, se desilucionó ciertamente. Pero luego comprendió, que nunca se fue realmente, que todo iba a seguir normalmente. Pues los fantasmas que el veía, que oía y lo atormentaban, sólo existían para él. Su peso tenía existencia. Y su existencia era significativa para otros y precisamente por ello todo iba a seguir siendo igual a pesar de haberse ido. Cuan soberbio y ególatra fue al pensar que todo tenía que cambiar por él. Cuan soberbio y ególatra fue al hacerse un blog y publicar cuanta divagación se le cruzaba. Cuan solipsista fue al creer que podía confutar y confutarse desde el sueño. Cómo en todo lunático, el problema no era que no fuera inverosimil su relato, sino que era demasiado creíble para ser verdad. Cuan poco humilde fue al pedir humildad al resto. Cuan poco despierto fue como para darse cuenta que nunca supo qué cresta era el ser. Después de todo, era un tipo débil, vanidoso, flojo, pero con un blabla y una creatividad tal que lo llevaron a olvidar su propio ser. Nuestras más grandes virtudes son nuestra condena. Nuestros defectos, en cambio, son los que finalmente nos salvan .

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