sábado, 5 de mayo de 2012

La odisea del desayuno

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Movió lentamente la gran roca. Recogió la bandeja. Sintió su hedor tóxico reinante en toda la cueva. Acostumbraba dormir al fondo de la caverna, por lo que debía sortear primero todos los obstáculos para poder llegar a él. Sería fácil dejar la ofrenda en su puerta, pero se molestaba y de tal forma que luego agarraba a nuestros niños y los tiraba al agua para que se ahogaran luego de revolotear sus bracitos débiles y cortos por un momento. Mi niño, mi niño murió por sus terribles garras. Maldita bestia, era tan feroz, grande y temible que intimidaba a todos menos a él. El muy terco insistía que su plan iba a funcionar. Primero debía de estar atento de no pisar ninguna hoja o algo que pudiese hacer un leve sonido, tenía buen oído y se despertaba al menor chirrido y vaya que se enojaba cuando era despertado. La gruta era oscura y tétrica como la noche, sólo había un orificio donde pasaba un rayo de luz amarilla, sólo con esa luminosidad el valeroso se fue acercando cuidadosamente, mientras observaba a la vez los cientos de libros mordidos desparramados por todos lados, ya que curiosamente no se alimentaba de hombres ni de ningún animal, sino de libros y mientras más antiguos mejor. Eso nos obligaba a rendirle cada domingo una ofrenda de los diez de nuestros mejores libros que se los devoraba al instante. Al principio era una exigencia  más que aceptable, pero luego de que se nos fueron acabando nuestros libros, nuestros hijos se volvían cada vez más estúpidos, nuestras mesas cojeaban y se desestabilizaban y nuestros conciudadanos no tenían con que limpiarse el trasero y todo se volvió un caos. El valiente inconformista se ofreció a enfrentarlo y ciertamente logró llegar hasta sus fauces con sus libros un tanto especiales. Su plan era envenenarlo con un libro de Bakunin, con una portada falsa de Milton Friedman, su autor predilecto. Debía esperar a que se lo tragara por completo de lo contrario el veneno no surtiría efecto alguno y correr como pudiese de la cueva apenas se diera cuenta del engaño. Se ocultó en una especie de armario de madera que encontró a un costado de donde dormía la bestia. Pero como era hombre, como era libre y a la vez no tanto, se impaciento y decidió despertarlo haciendo unos leves sonidos con la boca. La monstruosidad no despertaba con nada y dice la leyenda que aquel joven ya luego de horas escondido en el armario pego un grito tan fuerte que se quedó hasta sin voz. Despertó tan enfurecida la bestia que rugió con toda su fuerza volcando todo a su paso, incluso el armario, por lo que nuestro héroe quedó al descubierto al instante por lo que se agarró con toda sus fuerzas al libro. ¿Matías? Y de pronto la gran cueva se transformó en un cuarto amarillo lleno de ropa tirada por el piso. La gran bestia se transmutó en un hombre sencillo de pelo desordenado. La gran ofrenda se convirtió en un café con leche y unas tostadas encima de una bandeja de madera. Según el mito, el valeroso joven quedó encerrado en un aburrido mundo de grandes y cada mañana de domingo rememora como se enfrentaba a la bestia al dejarle el desayuno a su hermano. Nunca supimos más de él.

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