Movió lentamente la gran roca. Recogió
la bandeja. Sintió su hedor tóxico reinante en toda la cueva. Acostumbraba
dormir al fondo de la caverna, por lo que debía sortear primero todos los
obstáculos para poder llegar a él. Sería fácil dejar la ofrenda en su puerta,
pero se molestaba y de tal forma que luego agarraba a nuestros niños y los tiraba
al agua para que se ahogaran luego de revolotear sus bracitos débiles y cortos
por un momento. Mi niño, mi niño murió por sus terribles garras. Maldita
bestia, era tan feroz, grande y temible que intimidaba a todos menos a él. El
muy terco insistía que su plan iba a funcionar. Primero debía de estar atento
de no pisar ninguna hoja o algo que pudiese hacer un leve sonido, tenía buen
oído y se despertaba al menor chirrido y vaya que se enojaba cuando era
despertado. La gruta era oscura y tétrica como la noche, sólo había un orificio
donde pasaba un rayo de luz amarilla, sólo con esa luminosidad el valeroso se
fue acercando cuidadosamente, mientras observaba a la vez los cientos de libros
mordidos desparramados por todos lados, ya que curiosamente no se alimentaba de
hombres ni de ningún animal, sino de libros y mientras más antiguos mejor. Eso
nos obligaba a rendirle cada domingo una ofrenda de los diez de nuestros mejores
libros que se los devoraba al instante. Al principio era una exigencia más que aceptable, pero luego de que se nos
fueron acabando nuestros libros, nuestros hijos se volvían cada vez más
estúpidos, nuestras mesas cojeaban y se desestabilizaban y nuestros
conciudadanos no tenían con que limpiarse el trasero y todo se volvió un caos.
El valiente inconformista se ofreció a enfrentarlo y ciertamente logró llegar
hasta sus fauces con sus libros un tanto especiales. Su plan era envenenarlo
con un libro de Bakunin, con una portada falsa de Milton Friedman, su autor
predilecto. Debía esperar a que se lo tragara por completo de lo contrario el
veneno no surtiría efecto alguno y correr como pudiese de la cueva apenas se
diera cuenta del engaño. Se ocultó en una especie de armario de madera que
encontró a un costado de donde dormía la bestia. Pero como era hombre, como era
libre y a la vez no tanto, se impaciento y decidió despertarlo haciendo unos
leves sonidos con la boca. La monstruosidad no despertaba con nada y dice la
leyenda que aquel joven ya luego de horas escondido en el armario pego un grito
tan fuerte que se quedó hasta sin voz. Despertó tan enfurecida la bestia que
rugió con toda su fuerza volcando todo a su paso, incluso el armario, por lo
que nuestro héroe quedó al descubierto al instante por lo que se agarró con
toda sus fuerzas al libro. ¿Matías? Y de pronto la gran cueva se transformó en
un cuarto amarillo lleno de ropa tirada por el piso. La gran bestia se
transmutó en un hombre sencillo de pelo desordenado. La gran ofrenda se
convirtió en un café con leche y unas tostadas encima de una bandeja de madera.
Según el mito, el valeroso joven quedó encerrado en un aburrido mundo de
grandes y cada mañana de domingo rememora como se enfrentaba a la bestia al
dejarle el desayuno a su hermano. Nunca supimos más de él.
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