martes, 6 de septiembre de 2011

Ascensores fantásticos

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Pero no recuerdo mucho como era, a todo esto, no compraste pan para el desayuno, le dijo riéndose su pecosa niña en calzones y sostén. ¿No? Juraría que sí.  Le encantaba pasearse semi-desnuda por su departamento, abrir las cortinas y mostrarle al mundo sus blancas y tiernas curvas. Eso le cargaba, no soportaba que otros la vieran, sólo él debía ser su espectador, su merecido espectador. Se le acercó  por la espalda mientras ella se apoyaba con los brazos extendidos en la ventana del living, observando como se aparecían observadores para observarla y con un suave apretón en el trasero le dijo al oído -Cómo me haces rabiar, mi putita- A lo que ella respondió con una risita coqueta, se dio vuelta y le plantó un beso. Ve a comprar el pan, mi apolineo querido, yo me quedare mirando como me miran esperando que tu dejes de esperar por darme otro beso y por que no, algo más que sólo un beso. Maldita puta, pensaba, amorosa e infantil niñita. Esta bien, no me demoraré mucho mi dionisíaca niña. Siempre le llamaban la atención los ascensores, uno permanecía quieto mientras subía o bajaba a otros mundos, hasta se ponía escéptico a veces ¿Y si todo estuviera a una misma altura en verdad? Señor, le ha llegado carta. Muchas gracias. D.? Debe ser otra de sus jugarretas, debe haberme escrito algo sabiendo que hoy el conserje me la pasaría. Se debe estar riendo para sí arriba ahora mismo. "Estimado Matías, por medio de la presente me dirijo a usted para pedirle encarecidamente que vuelva para que no se vaya nunca más. Se despide cordialmente. D." Hechó una carcajada de satisfación para sí y se devolvió al ascensor. Mientras subía, pensaba lo feliz que era. Al abrir la puerta se encontró con la mujer meciéndose en el aire ahorcada por una fina cuerda atada a la lampara del living.

Quedó inmóvil.

Paralizado y con la boca abierta.

No sabía bien que hacer.

Reaccionó, recogió la escalera del piso que debió haber usado para subirse hasta la lampara, la agarró de la cintura, la bajó hasta el sillón y le tomó el pulso para confirmar el triste suceso. ¿Aún tiene pulso? Y al instante se largó a reir la muchacha escupiendo un pedazo de metal por la boca. Caíste redondito mi cielo, hubieses visto tu cara de pánico, se nota que me amas mi cielo, te quiero tanto.

Él nuevamente se quedó mudo y perplejo.

Hasta que atinó con una furia indescriptible a gritarle un sin fin de insultos, que cómo se te ocurre hacer este tipo de cosas, que ya estoy harto de tus juegos de pendeja, que primero me sales con tus ganas de ser puta y ahora esto... Por lo que no encontró nada mejor que agarrar la botella de vidrio que estaba en el mesón de su cocina americana e impactarla de sopetón en la cabeza de la mujer que veía con angustia como se rompía en mil pedazos en su frente.  Lanzó una estridente carcajada que hasta los vecinos de su departamento escucharon. ¡Era de utilería mi niña! No te taimes mi pendejita , ahora estamos a mano no ves. Y dándole un beso se abrazaron y comenzaron a fornicar. Le mantuvo puesto el sostén, sólo le corrió los calzones. El vaiven hacía agitar el sofá, el sofá al mueble del televisor y el mueble del televisor a la ventana. Todo se movía. Somos un par de tarados, algún día nos mataremos en serio mi niñita, le dijo al oído. Ella sólo reía y gemía. Aunque me encantas y no puedo dejar de que me encantes mi pendejita linda, me sorprende lo creativa que eres, ¿de donde sacaste la de hoy? Ella miraba como su hombre estaba más centrado en hablarle que en penetrarla hasta el fondo. Vamos cuéntame, la de hoy si que estuvo buena. Ya esta bien, si tampoco es para tanto, la vi en un programa de la tele. Ah, fíjate que yo soñé lo de la botella, puedes creerlo. Puedes continuar por favor. Mi niña caliente, no parare hasta que llegues al orgasmo de siempre. Y así continuaron hasta que el hombre eyaculó unos minutos después, por lo que la niña no satisfecha le pidió que le practicara sexo oral pero ya con el tedio de haberse ido no le encontró mayor gracia. Igual lo hizo para responder a la exigencia moral del equilibrio o igualdad. El sofá se hizo chico, corrieron la mesita de centro y se acostaron en la alfombra. Ella se durmió al instante ya cansada. El observaba el techo blanco pensando lo feliz que era.
Al volver a despertarse notó que ya no estaba a su lado. La alfombra le parecía un tanto incomoda así que se levantó. Le dio hambre, fue a la cocina a ver si había comida, agarró unos panes, les untó margarina y se los engulló de un paraguazo. Se está bañando, pensó al escuchar la ducha. Se acercó al ventanal a ver si era observada cuando sintió como se abría la puerta del baño. Estaba ya él vestido. Buenos días mi niña, ¿cómo dormiste? ¡Soñé contigo mi amor! Pero no recuerdo mucho como era, a todo esto, no compraste pan para el desayuno, le dijo mientras él se secaba el pelo con una toalla azul. ¿No? Juraría que sí.

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