miércoles, 11 de agosto de 2010

Filosofía termina con A (Segunda Parte)

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Cobarde, eso es lo que eres. Te gustó aparecer pero no exponerte no es así. Cobarde. Se venía murmurando en el metro a las ocho de la tarde, desconfiaba de todos aquellos viles sujetos que le ahogaban su metro cuadrado de vida. Nunca habíamos estado tan próximos, casi sintiendo el latir del otro y a la vez tan lejanos, casi sin sentir nada. Es agonizante la realidad. Si me pidieran que describiera la vida pues les diría que es un constante proceso de apertura al dolor que acaba irrevocablemente en la muerte. A medida que reflexionamos, algo casi ontológico en nosotros nos tiende hacia el fin, hacia la pregunta y no a la respuesta. Pero al parecer eso no importa o al menos a nadie le pre-ocupa (si es que hubiese a alguien que se ocupe de algo así) como para que aumente mi contador de visitas. Bueno, podríamos decir que a él sí irónicamente, en una suerte de sublevación del personaje frente a su creador. En ese entonces continuamente murmuraba al caminar, observaba con deleite los gestos y alargaba la oreja para escuchar o al menos creer decir de alguien desconocido el nombre suyo. Alguien. Alguien empieza con A; la misma de Anónimo ¿Azar? ¿Dios? ¿Políticos? Parecía que todo su mundo complotaba a su alrededor retornándole el recuerdo miserable de aquel odioso y desconocido sujeto que un día por medio de palabras manchadas con sangre destruyo absolutamente sus sueños y teorías. El mundo estaba, ha sido y estará desencantado. ¡Pero si va a mejorar! ¿Sí? Y según quién, según Dios, el azar o el político quizás; toda la moral no viene a ser más que banalidades relativas carentes de verdad o al menos de alguna pizca de realidad. El hombre tiene múltiples necesidades por naturaleza, unas van y otras vienen; recordarlas ya desaparecidas es un sin sentido desde el presente. El hombre necesita y no hay nada peor que eso. No, el mundo no mejorara, al diablo con los positivistas. Y así comenzó una densa aura negra a rodearlo por completo sin darse cuenta. Al cabo de unas semanas, de haber visitado a cada amigo o cercano que podría darle serias sospechas se acostó por varios días. Afiebrado y con grandes malestares, persistía en sus reflexiones y maquinaciones de que como descubrirlo o descubrirla. Hasta que dio con ese alguien. Estuvo frente a sus ojos todo este tiempo y no lo había notado, pero ahora que lo planteaba como posibilidad, existía un porcentaje de ser A. Vivía en la calle Sin nombre con Plus Ultra. Cosas de la vida, Plus Ultra hacía alusión al más allá en latín y ahora él lo iba a mandar precisamente al más allá, si existiese claro.  Primero fue a corroborar los datos teatralmente como muy bien lo sabía hacer, siempre con su pistola escondida en caso de fugas indeseables.  Le abrió la puerta enérgicamente, él muy ingenuo. Hey te quería preguntar si te gustaba Charly Garcia… ¡Sí! Que quería saber si tenías el disco “Filosofía barata y zapatos de goma” que me encantaría escucharlo… Silencio. No le respondió absolutamente nada cuando de pronto comienza a sonar la canción de fondo en su tocadiscos. Se puso pálido y balbuceo unos sonidos amorfos pero el ya había sacado la pistola alegremente. Ya era obvio lo que iba a pasar. Se rió mientras le suplicaba perdón, que no había sido para tanto, que asumía su ignorancia, que nunca más iba a escribir bajo el nombre de Anónimo. Él se acercó algo cansado pero satisfecho por su larga búsqueda y metiéndole el arma por la boca le dijo al oído: Valías más como un infinito anónimo. Mírate ahora,  no eres más que un completo miserable rogándome perdón. Agradéceme mejor, morirás dignamente al haber sido alguna vez alguien y nada más indeterminado que ese alguien, al alguna vez haber sido ese nadie, un indefinible y absoluto desconocido.  Su mano tembló por un segundo antes de que apretara del gatillo acabando así, con toda su substancia frente a un espejo. 

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