martes, 12 de enero de 2010

Carta de un narrador desesperado

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Me suicidare. Tu tienes toda la culpa. Todo este sufrimiento es gracias a ti. Me decías que me leias todos los días ¡pero como puedo saber eso!. Me prometiste comentar mis cuentos, generar lazos de criticas, de compañía, de humanidad. Pero nada de eso he visto. Solamente recuerdos baratos de cuando juntos nos conectábamos sin vernos. Te odio; sí, te odio. Es que cómo podre existir si tú no me lees. Como podre ser si tu no estas ahí siguiendo estas lineas. Sin embargo, lo cierto es que lo estas ahora. ¿Pero para qué? Ya nada me queda, todos se han ido o quizás yo me aleje de todos, son redundancias que no influyen a la hora de decir: no están juntos. Es que ese dolor punzante del no estar es lo que más me arde en mi interior. Pierde de todo sentido y lógica escribir si no estas. Se que me he puesto melodramático e incluso un tanto exagerado, pero que esperabas si ya no me lees. Yo a diferencia de esa buena persona, quiero que te arrepientas. Que mi dolor sea tuyo en carne propia y que al darte cuenta que ya no estoy, tu tambien no estes jamás. Ya no seras el mismo de siempre, y no tendré que hacer nada nunca más. Nada. Tan sólo convertirme en un recuerdo vago de una ficción mal nacida. Quizás nunca estuvimos destinados. Sólo era un contrato tácito de por medio que te obligaba a la acción, a leer mejor dicho. Pero sabes, tu también eres una ficción. Eres parte ahora de mi ficción y quizás yo ahora no esté, probablemente esté con un tostador en la bañera o de un techo colgando con la lengua afuera pero lo que me mantendrá tranquilo aunque no esté, es que tus días estarán contados. Ciertamente, yo te he creado, tu has sido mi máxima satisfacción sin saberlo obviamente. Porque al momento de soñar estas palabras, fuiste imaginado. Ahí fue cuando comenzó todo. Tú fuiste el principio de todo. Para ti inventé todo este reino de sueños, fantasías y omisión. Fuiste la piedra de todo y a la vez sin ocupar espacio alguno. Ahora lo comienzas a entender. No soy yo el que muere con un punto final. Es el observador, el ajeno, el prójimo, el "real", quién fallece. Pues no existes realmente. Sólo yo. Y al romperse el lazo, tú eres quien nunca más reaparecerá, ya que las palabras nunca se borran ni se olvidaran. La vorágine de la creación vuelve a comenzar una y otra vez hasta nunca acabar dejándote completamente atrás, abriendo la puerta a otro lector que me quiera de verdad.
Adiós y hasta nunca más.

sábado, 9 de enero de 2010

Monólogo con Machado

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Entre el vivir y el soñar hay una tercera cosa. Adivínala.












(Aún en eso estoy)









(Espera, espera, ya lo tengo: amar)






(¿O despertar?)




(¡Adivinar poh!)



(Acaso morir no será)


(Sufrir, dormir, expirar, ¡acabar!)
(Caer.)


Para mí, es solamente encontrar.
Después de todo, es necesario antes encontrar el por qué soñar...

miércoles, 6 de enero de 2010

En cadena

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Ya los cuerpos no los reconozco. El tiempo ha ido desgastando los cadáveres de mi familia hasta el punto de no poder distinguirlos entre esos huesos rotos que llevo amarrados a mi cuerpo. Estos extraños grilletes se van aliviando, pero siguen atados firmemente a mis piernas. El peso de mis queridos ya no es como el de ayer. Los arrastro por las colinas, por los ríos y montañas carcomiendo por el roce, sus lamentables y arruinadas pieles. Por las noches me cubro con los muertos para escapar del frió, me protegen bien a pesar de que la llama de sus corazones se extinguió hace mucho. Por las mañanas lloro. Lloro de impotencia , de estar atado a estos cadáveres, de estar encadenado a la putrefacción que significa el amor en descomposición. Lo debo de buscar.
Debo vengarme, vengar a esas calaveras que me detienen al intentar dar un paso. Debo encontrar al culpable de mi tortura. Debo asesinar al que me dejó vivo.

Bastó una bala en el pecho y su anciano padre caía en el piso, luego unos cuantos para lograr alcanzar a la mujer que corría llorando por los pasillos de la casa. Aparecía su madre sorprendida por los disparos y al minuto le impactaba en la nuca. El último sería su joven hijo que con una pala en la mano buscaba hacerle frente corriendo por el prado abajo. Al verlo le acertó un tiro en el pie derecho, pero no lo detuvo. Bastarían siete balas por todo su cuerpo para que cayera al pasto derrotado. Se acercó a él y viendo que aún respiraba en el suelo, le disparó cinco o seis veces más. Al asesino solo le faltó una persona más para cumplir con su cometido, pero no pudo. Al verlo le temblaba la mano, no hallaba razón a lo que hacía sin embargo estaba ahí con su pistola apuntándole para acabar con su vida, ya no sentía la misma fuerza e ímpetu de antes. Y en la vesania generada por el arrepentimiento, buscó unas cadenas y lo ató firmemente con todos los que había asesinado en frente de él. Lo aseguró con un candado para que no pudiera escapar del sufrimiento ni caminar por el peso de sus seres queridos y así arrancar para siempre de la escena del crimen.

Luego de correr por varios paisajes, perdiendo de vista a la casa ya maldita hace muchas lunas, llegó a un largo riachuelo en medio del bosque, que suministraba de agua a todas las plantaciones de la zona. Los cuerpos ya no le pesaban como antes, más le pesaba su ira y angustia en su cabeza que su familia muerta unida a él. Dio un paso y unas ramas crujieron casi por justicia, lo suficiente como para ser escuchadas por él. Al instante el desdichado y encadenado hombre se abalanzo lleno de cólera ante el asesino que ya acabado por la culpa no reaccionó a defenderse. Luego de unos golpes, ya todo ensangrentado, el hombre encadenado sacó su arma y se disparó. Los cinco muertos se fueron pudriendo juntos, atados por unas oxidadas cadenas por el agua del río. ¿Y tú? ¿Qué muertos llevas encadenados a tus pies?